Promoción Cultural
Por
EDWIN DORIA
Fin de semana pasada, salí de vitrina cultural. Fui de compra a un centro comercial especializado en productos culturales importados, fabricados en distintas industrias culturales instaladas en diferentes países del hemisferio, dónde producen en serie, como embutidos, desde un poeta portada de revista vanidades, hasta un escritor madurado en veinticuatro horas. Es realmente fascinante encontrar en un mismo sitio todo el arte y la cultura en paquetacos musicales, como galletas o enlatados de cumbia fabricados en China con fecha de vencimiento.
Llegué al centro comercial de cultura express para adquisición de ingredientes necesarios en la creación de una obra artística que identificara nuestra región.
Al ingresar a uno de los módulos de la mole de concreto en qué está construido el centro comercial, fui abordado por un gestor, experto en marketing cultural, quien, al manifestarle mi interés de adquirir mercancía de marca nacional, torció los labios y me indicó con un gesto despreciativo que bajara la escalera.
Sin embargo, insistió, como buen gestor, mirara las promociones culturales de la semana, denominada «Úselo y Tirelo»
Atraído por la curiosidad, subo al segundo piso y encuentro una escena, reunión de trabajo, en la que un oficiante afirmaba:
«El Marketing Cultural va a revolucionar la cultura nacional, ahora si habrá gente «culta» en este país. Por fin, mantendremos al populacho en la raya. No sé, como van a ingeniársela para acceder a las bellas artes, porque no existirá Ley ni Constitución que los ampare. Qué no sean igualados, aquí solo reinará la cultura naranja y los servidores que bien merecido se han ganado su puesto de emprendedores culturales», decía el gerente del centro comercial a sus empleados .
Más allá de la referida reunión, estaban en exhibición productos culturales importados que hacen parte del tratado libre comercio (TLC). La sala de venta semejaba un Disney en miniatura. Realmente quedé sorprendido con un aviso luminoso, tipo las Vegas, New Protagonists of the Barranquilla Carnival, muñecos de Disney Mania, Circo del Sol, Carnaval en el Hielo, superhéroes, personajes de tiras comicas bailando cumbia y mapalé y un sin numero de ofertas culturales de entretenimiento, como paquetacos de espectáculos enlatados que con solo revolverlo o meterlo en el horno micro ondas, bastaba para preparar la comedia del carnaval, la danza del garabato, son de negro o una deliciosa danza contemporánea sabor a naranja.
Entonces, descendi por la escalera eléctrica y encontré en la planta baja, un sin número de ofertas de creaciones nacionales, fabricadas en el extranjero. Exhibían sombreros vuelteao, turbantes para congos, mascaras de marimonda, torito, monouco etc producidos en fino cartón. Faldas para el baile de cumbia, vestidos cumbiamberos, mochilas, disfraces, guayucos, mantas guajiras elaborados en papel. Tinajas, totumas, morteros hechos en icopor. En fin, toda la tradición carnavalera, artesanal y cultural del caribe eran productos importados y desechables.
En otro modulo del mismo Centro, encontré una sesion de mercancías, producida por la fábrica del arte. Todo a mil. ¿A como? A mil pesitos, pilas de poetas nacionales y encimaban como parte de la promoción una moña de músicos. Aproveché los guacales plásticos llenos de pintores que no se pudieron exportar porque no pasaron el control de calidad y en un rincón de desechos encontré una variedad de teatreros económicos, como naranjas sin ley, en descomposición. Al tratar de subir al segundo piso por las escaleras había una cantidad enorme de muñecas y muñecos bailarines de cajas musicales folclórico que no tenían cuerdas y menos las pilas para andar, no tenían precio, por la compra de un helado te obsequiaban varios muñec@s bailarines. Cuando estaba a punto de abandonar el módulo, en una pantalla de proyección, aparecieron en tercera dimensión fotógrafos y cinéfilos criollos, empeñados en que los llevara en mi carrito de compras y la verdad fue que, me dieron no se que cosa, los saque de la pantalla y los metí en un viejo estuche pirata que encontré en una caneca, donde se arrojaba los descabezados, no del carnaval, sino de los concursos y rifas ofrecidas por el portafolio de estímulos que brindaba el centro comercial a sus clientes más leales.
Para no extender el cuento, escuché que llamaban de alguna parte, piiis, piiis, piiis y siguiendo la onda sonora donde se emitía el peculiar sonido, descubrí una mirada oculta tras una diminuta puerta que conducía a un lugar desconocido. Siguiendo el rastro de la mirada que me llamaba, llegué hasta la puertecilla. Del otro lado, alguien decía que ingresara sin temor. Recogí mi cuerpo, lo más qué pude y lo introduje por la puertecilla, para luego bajar por una rampa, que me condujo a una especie de sótano, donde se ocultaba gran parte del tesoro cultural de la nación que se resistía a desaparecer de la memoria colectiva de los pueblos.
En ese lugar hallé la resistencia de artistas, portadores del saber y la memoria de los pueblos, costumbres, tradiciones, creaciones, valores, no del dinero, sino, valores como el respeto, la dignidad, solidaridad, no discriminación, defensores de la identidad cultural, el territorio y la naturaleza que luchan contra el sistema y sus mercaderes que tratan de imponer el arte y la cultura como vil mercancía.
Por ultimo, luego de esa experiencia con distintos bemoles, me dirigí a mi lugar de trabajo para reflexionar sobre el descubrimiento en ese territorio, de la existencia de una cultura subterránea que defiende la vida, ilumina el sendero y guía por nuevos caminos la lucha para la transformación sociocultural.