Tremendo zaperoco se armó en el pueblito

Tremendo zaperoco se armó en el pueblito

Rufina, una de las mujeres más conocidas en la invasión, ayudó junto con su finado compañero, a construir con sus propias manos, el barrio donde germinó su familia.

Durante más de cuarenta años, dedicó su trabajo detrás de un fogón de carbón de leña, fritando arepas, empanadas, buñuelos, y caribañolas para la venta y sostenimiento de la numerosa familia que la rodeaba. Varias generaciones en el barrio se alimentaron por las mañanas con fritos, y agua de maíz que regalaba a los más allegados, antes de difundirse la noticia sobre su enfermedad

Por vez primera, en setenta años de vida, no cumplidos, caía en cama por enfermedad. Desde antes de cuarentena, la internaron en temeraria Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) de una clínica en la ciudad. Permaneció casi dos meses con problemas respiratorios. Ajena a todo lo ocurrido al exterior de la clínica. Nunca permitieron visitas, ni siquiera, familiares del pueblito.

La casa de Rufina, conocida en el barrio como el pueblito, habitaban sus hijos e hijas, siete en total, con sus respectivas compañeras y compañeros, más nietos y nietas. El patio era un conjunto residencial familiar, en el cual, sus perros y gatos hacían parte del paisaje. En la medida que se casaban o comprometían, Rufina, asignaba un espacio para la construcción de una habitación para el nuevo hogar.

Después de dos meses de UCI, familiares recibieron lapidaria noticia, por parte de la clínica. Rufina del Carmen Rengifo Montes, ha muerto.

Familiares y vecinos dudaban sobre su muerte. Su estado de salud no era crítico. Desconfiados por tantos rumores y denuncias circulantes por redes sociales en internet y boca a boca en el vecindario sobre el estado de postración por cuidados intensivos del sistema de salud, sumado a lo que la gente bautizó Cartel del Covid-19, acudieron de emergencia a la clínica, para confirmar o desvirtuar dicho fallecimiento

Familiares junto a vecinos transmitieron en vivo con celulares por redes sociales, tremendo zaperoco que armaron como protesta frente a la clínica, con intervención del ESMAD, pero nunca secretaria o ministerio de protección social, para entrega sana y salva de Rufina. 

Como respuesta al reclamo, trasladaron el cadáver a la funeraria con represivas medidas de seguridad policial. Entregaron el presunto cadáver dentro de un ataúd herméticamente sellado y custodiado para que nadie violentara el sello de seguridad y mantuvieran distanciamiento fúnebre y cultural. Sólo ocho acompañantes, que les coincidiera el último dígito de su documento de identidad con pico y cédula señalado por autoridades. Nada de pésame, ni acercamiento al ataúd para conversar con la difunta. Obligatorio uso de rosario desechable para rezo, y consabidos tapabocas. Prohibido cargar ataúd, privarse y demás pataletas antes o después del cortejo fúnebre. Quien desmayara a causa del sentimiento que la embargaba, nadie osara en socorredla o consolarla, ipso facto sería objeto de severo comparendo y detención en la UPJ.

Según protocolo y seguridad sanitaria dictaminado por el gobierno y leído por funcionarios de la funeraria y firmado por familiar responsable.

Resignados los ocho familiares autorizados para acompañar féretro hasta última morada, antes de sepultarla hubo tirijala para aquí y tirijala para allá con los de la funeraria, pretendían cremar el cadáver sin ser diagnosticado de contraer el temible virus. La familia ganó el pleito.

La mayoría del Pueblito, dependientes, no solamente del trabajo de Rufina, sino de sus consejos y arbitraje en conflictos presentados a su interior, no les permitieron el último adiós cómo acostumbrarse, como alguien dijo:

-Hasta eso nos quitaron. Despedir a nuestros muertos-

Así fue como enterraron a Rufina, en medio del distanciamiento funerario y cultural como se denomina hoy día al sepelio, que estuvo más concurrido por policías que familiares.

Luego del funeral, extraña sensación quedó en el ambiente del pueblito, no podían imaginar la vida sin la existencia de Rufina y mucho menos, la manera tacita como la despidieron.

Pero lo más extraño sucedió posterior al funeral. El hijo mayor de la hasta entonces difunta, recibió una confusa llamada desde la clínica, la voz, un poco irritada de mujer molesta, manifestaba:

– Hace veinte días, dimos de alta a la paciente Rufina del Carmen Rengifo Montes, y ningún familiar hace presencia para recibir paciente recuperada –

Por lo que, el hombre no supo que responder. No obstante, al reunirse el pueblito, acordaron acudir al llamado, para esclarecer la situación.

De inmediato, acudieron a la clínica para cerciorarse de que trataba semejante disparate. Efectivamente, ahí estaba, la misma que viste y calza, Rufina, vivita y coleando. Indescriptible lo sucedido, llantos, risas, desmayos, algarabía, que la susodicha no comprendía, los de la clínica tampoco, hasta días después de encontrarse en casa. Pero los embargaba un interrogante ¿a quién sepultamos?

Nadie informaba y mucho menos aclaraba lo sucedido. El balón rodaba de un lado para otro, como una tocata entre la clínica y secretaria distrital de salud. Al final, manifestaron:

-Ese tema no es de su incumbencia. Lo importante, la señora está viva –

Por lo que, todos regresaron con la misma incertidumbre conque salieron del pueblito. Rufina se embejuco:

– Ustedes son pendejos. Ahí… hay gato encerrado. No sé, como van a hacer. Pero, esta noche con pico y pala, desentierran el ataúd y lo traen a casa, para denunciar lo ocurrido. Así es como siempre han manejado las cosas en este país, con mentirillas y triquiñuelas. Se les acabó el jueguito con Rufina del Carmen Rengifo Montés. ¡Carajo! –

Por lo que, los varones, recepcionan el mensaje. Junto con algunos nietos y vecinos, desde el atardecer entraron al cementerio, se escondieron al interior de bóvedas desocupadas, al anochecer salieron como zombis para hacer su trabajo.

Los hombres regresaron a casa a media noche, bajaron el ataúd de la camioneta vecina, entraron por el callejón hasta el patio común del conjunto.

Rufina, los recibió con una olla de café, arroz con liza, espagueti, yuca sancochada, una palangana de fritos y chicha hecha con cuchuco, que las mujeres prepararon.

– Primero comen, se reposan y después vemos de quien se trata –

No cabía un alma más, en el patio, entre familiares y vecinos allegados, enterados de manera confidencial. La expectativa crecía por descubrir el cadáver. Hasta que Rufina consideró el momento propicio para abrirlo. El silencio se apoderó del pueblito.

Con una pata de cabra lo destaparon. Sorpresa. No había ningún muerto. Sólo palos y piedras ocupaban el mentiroso ataúd.

-Yo sé los dijes, son unos triple hijueputas con ti ropa- Dijo Rufina. Y todos soltaron la carcajada, hasta mucho tiempo después.

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