Por: Edwin Doria
Dicen que las paredes oyen, pero también guardan muchos secretos. Siempre pensé que solo era una frase que adornaban las narrativa de la oralidad y la literatura de misterios. Pero la realidad, en este caso, superó la ficción.
Hace muchos años descubrí historias escondidas en cada uno de los rincones de un complejo turístico ubicado a orilla del mar Caribe, cerca a un pueblito habitado por pescadores, centro vacacional «La Herradura». Permanecía cerrado desde hacía algunos años, había sido expropiado a los marimberos por el gobierno central y desde allá lo administraban. En ese momento, estaba en venta.
Llegué a ese lugar como integrante de un equipo especializado en técnicas de refrigeración. Aunque de eso, sabía muy poco, por no decir nada. Ellos eran los expertos en la materia. Durante la estancia, trabajamos, disfrutamos una de las Swift que escogimos como alojamiento gratuito y conocimos historias escabrosas que el mar recogió entre sus aguas y las devolvió al Centro Vacacional de manera fragmentada.
El balneario guardaba muchas historias de la época marimbera. Fue construido especialmente para hacer negocios relacionadas con el tráfico de marihuana de Colombia hacia Estados Unidos.
Narran los pescadores que en ese tiempo los productores de marihuana no corrían el riesgo de transportar los grandes cargamentos de la hierba, sino que, los compradores que la distribuían, eran quienes la transportaban a su destino, al norte del continente. El negocio, en principio, marchaba muy bien. A los gringos los alojaban en el complejo turístico, no solamente para finiquitar los negocios, también ofrecían narcoturismo sexual y juegos de azar y ocio en el casino veinticuatro horas.
Una noche bajamos embriagados de la swift y nos instalamos en el bar en desuso con forma de Galeón, para continuar la parranda en solitario. Eramos los únicos embarcados en la parranda, cuando de repente, todo el recinto recobró vida, las luces del bar iluminaron la noche del Galeón, diversas voces, risas, música, sonidos y ruidos producidos al interior del recinto y sin emisores a la vista animaban la velada. Lo más impactante e increíble fue, cuando de la nada, aparecieron personajes bebiendo,, conversando y bailando. Los meseros iban de un lado a otro atendiendo a los clientes. Nosotros, solo espectadores de lo que ahí acontecía, una película criolla sobre los carteles de la droga, recreada en la década de los setenta del siglo pasado.
En medio de lo insólito y ante la ficción hecha realidad quedamos de un sólo pie, petrificados. Ninguno se movía de sus puestos. En la medida que recobramos los sentidos, nos fuimos relajando, hasta tal punto, que solicitamos al fantasma del barman, canciones que nunca colocaron porque no escuchaban. En mi caso, no continúe bebiendo para estar sobrio y descubrir de que trataba este truco que al principio no podía descifrar.
En medio de la noche pude notar la presencia de una mujer que el mar arrojó a la orilla y caminó descalza hacia el Galeón. A primeras luces, notabase que era extranjera, de rubios cabellos y figura poco femenina. En apariencia se veía como una mujer ruda. Se instaló en la barra y le sirvieron un whisky seco en vaso de vidrio y volvió a repetir la dosis repetidas veces. Otro extranjero, se acercó a ella y conversaron a secretas voces. Sus cuatro ojos los dirigieron a mi persona como objetivo y continuaron conversando en voz baja. Después el hombre desapareció y la mujer volvió a fijar sus ojos en mi y con una señal me invitó a la barra a sentarme junto a ella.
Quise consultar a mis compañeros de trabajo sobre está situación, pero ellos dormían y algunos hasta roncaban. Entonces, decidí aceptar la invitación del fantasma vestido de mujer. En un español atropellado, insinuó, que hiciéramos un recorrido para contarme ciertas verdades. No tuve más remedio qué aceptar. A la vuelta de un ojo, todo desapareció. Solo mis amigos permanecían en el mismo lugar que los dejé. Al salir del bar, las luces del casino encendieron y retornó la vida del pasado. Muchas camionetas cuatro puertas y Rangel llenaban el parqueadero. Hombres armados vigilaban y otros conversaban animosamente en grupos.
Entramos al casino. Los crusier tiraban las bolas en las ruletas, servian las cartas en el blackjack, alcanzaban los dados para dárselos a los clientes, además del cobro y pago de apuestas, barajaban las cartas, las máquinas traga monedas iluminaban a sus jugadores. De repente la escena completa se detuvo. La mujer me agarró por un brazo y dijo: Los ganadores en este casino estaban condenados a muerte. Si no das crédito a mis palabras, pregúntale al mar cuántos llenaron el buche de sus aguas.
Entonces, pregunté si ella había sido una ganadora. Sonrío, como sonríen los muertos. «Mi caso es distinto. Llegué a la Herradura como infiltrada con otro compañero para averiguar sobre la vida de varios norteamericanos que viajaron hasta aquí, presuntamente, para comprar grandes cantidades de marihuana para traficar a norteamérica. Nunca regresaron. O por lo menos, eso creemos. Hoy, doy testimonio que fueron engañados y asesinados para quedarse con el dinero que invertirian en la compra y no darles a cambio el cargamento con marihuana».
Sin darme cuenta, estábamos descendiendo a un sótano por unas escaleras semioscuras. Al bajar al sótano todo estaba iluminado, habían varios mesones de cemento, como en las Morgue. cadáveres desmembrados, por todas partes. «En este lugar descuartizan los cadáveres de los jugadores ganadores del casino y los traficantes norteamericanos que jamás regresarán a sus hogares». En ese preciso instante se escucharon pasos que descendían las escaleras. Nos ocultamos en un rincón seguro, desde donde observamos toda la maniobra que ejecutarían a continuación.
Efectivamente eran hombres pescadores del pasado. Solo vestían pantalones mochos dejaban apreciar su cuerpo atlético de tez bronceada. Bajaron con grandes ollas que servían para cocinar sancocho para repartir a cincuenta personas. De inmediato, llenaron las ollas con los pedazos de gente que yacían en las piedras de cemento y las aseguraron. Paso seguido, salieron cargados con las ollas repletas de huesamenta humana y las embarcaron en lanchas atracadas en la bahía. Luego, desataron los nudos de los cabos y navegaron mar adentro para arrojar a las profundidades del océano los restos de los mortales sacrificados.
Al preguntarle si ella era de este mundo o del otro, «No soy ni de aquí, ni del mas allá. Me encuentro en el limbo. Nos infiltramos en la mafia de la marimba como traficantes. En mi país había mucha preocupación porque ciudadanos norteamericano que salieron del país a este destino no regresaron.
Llegamos como compradores. Hicimos la negociación con alias «Lucho». El nos recibió muy bien. Nos alojaron en la suite donde ustedes están. Fingimos no tener el dinero completo y mi compañero viajo con el pretexto de conseguir el resto. Pero era para dar tiempo que la ADEA invadiera la Herradura y capturar a los mafiosos asesinos. Entonces, yo quedé como garantía. Pero poco después fui asesinada como los demás y arrojada a la mar…»
Al ocultarse la noche atrás del Sol, la mujer se desvaneció y desperté un día después, sin saber si fue sueño o realidad. Al igual que mis compañeros de trabajo quedé desconcertado. Durante la estancia no regresamos, ni por equivocacion al bar Galeón. Pero, la inquietud por conocer más, me llevó a largas conversaciones con pescadores de la zona, que en cierta medida corroboraron la historia de la fantasma gringa y algo más.
Efectivamente el compañero de investigación de esta mujer, regresó con un escuadrón armado para concluir la Operación Herradura. Una noche, según cuentan los pescadores, la DEA Invadió el Centro Vacacional, sin presencia de autoridades colombianas y dieron captura a alias Lucho y su banda marimbera. Los llevaron directamente a Estados Unidos y más nunca se supo de ellos.
Dicen que a partir de ahí, los gringos compraban toda la marihuana que produjeran, pero en suelo norteamericano y asi sucedió.