No te quedes callada, hazlo público
Por: Ana Isabel Llinás Velásquez
El acoso sexual en lugares públicos constituye una práctica cotidiana en ciudades de diversas partes del mundo y las formas que adopta son muy variadas (ofensas verbales, acoso físico, exhibicionismo, etc.), así como los interlocutores a los que se dirige: mujeres, niños, homosexuales, etc.
En varios lugares del mundo, existen legislaciones que sancionan el hostigamiento en lugares públicos, mismas que no han alcanzado su erradicación. En nuestro país, la presencia del acoso sexual en lugares públicos no se concentra sólo en la capital. En las principales ciudades de Colombia se presentan también esta clase de interacciones. Una frase ofensiva, una mirada lasciva o un toqueteo sexual, son experiencias de todos los días cuando se trata de trasladarse a la escuela o al trabajo. Sin embargo, el acoso sexual en lugares públicos es un componente invisible de las interacciones cotidianas, que afecta las vidas de muchas personas, pero del que se habla muy poco. La brevedad de su duración, así como la forma velada en la que muchas veces se presenta, disfrazándose de halagos, susurrándose al oído o confundiéndose en la multitud, lo hacen aparentemente intangible. No obstante, a pesar de la presencia tan extendida de esta práctica en diversos lugares del mundo, sabemos muy poco acerca de ella: no sabemos si adopta las mismas formas en todos los lugares, qué diferencias existen entre ellas y qué las provoca, así como la gravedad de sus efectos en la vida de las personas que lo experimentan, pues ha sido un fenómeno que, dentro del ámbito del acoso sexual, ha recibido muy poca atención. Las escasas pruebas de su existencia se basan en testimonios recogidos por la creación de foros o denuncias en algunas páginas de internet, por la presencia de algunas asociaciones ciudadanas que le han prestado interés y por la aparición de leyes que en algunos países lo castigan.
Las mujeres no podemos ir tranquilas por la vía pública, sin esperar que un hombre desconocido nos silbe, nos mire o hable obscenamente o nos llegue incluso a tocar. Tener que ir solas a los lugares, supone un riesgo a que nuestra intimidad sea violada, a que nuestro espacio personal sea invadido y que nuestra autoestima y sensación de seguridad se vean afectadas. Además, los hombres que acosan no aprehenden ni son castigados, las mujeres no son apoyadas y los daños causados no son pagados. Es una realidad socialmente obviada o incluso aceptada, sobre la cual la ley no actúa y nos deja totalmente indefensas. Esta situación es vivida por millones de mujeres alrededor del mundo de manera cotidiana y no ha sido hasta los últimos años que se ha empezado a cuestionar su legitimidad. No obstante, la creencia de que el uso del piropo hacia la mujer es una manera de elogiar de manera inofensiva su belleza continúa siendo muy común entre la población mundial. Además, a nivel político y social, el acoso callejero no es concebido, aún, como otra manera más de violencia simbólica hacia la mujer. Afortunadamente, están surgiendo muchos movimientos dispuestos a hacer frente a esta problemática que ataca plenamente al derecho de sentirnos seguras en nuestras calles y que afecta a nuestra calidad de vida.