Por
EDWIN DORIA
No soy antropólogo, sociologo o investigador, ni persona de basto conocimiento, tampoco un impostor come libros indigestado con una biblioteca o acumulando títulos académicos para impresionar al mejor postor. Pero lo que sí sé, es de costumbres. Y las costumbres humanas o sociales son prácticas o hábitos que se repiten constantemente y forman parte de la idiosincrasia particular y de la identidad familiar, regional o nacional, pueden remitir a una época o periodo de una sociedad. Afirmaba, un anciano que guardaba intacta la costumbre de los pueblos.
Según Aristóteles se asume que las costumbres o hábitos pueden ser «malos» y están vinculados a los vicios, o pueden ser buenos si la voluntad, algo ateniente al campo de la moral, es virtuosa. Sin embargo, existen costumbres
que cuentan con aprobación social, y las consideradas «malas costumbres», que no cuentan con esa aprobación, se promulgan leyes para tratar de modificarlas. Pero es muy cierto que al hacer las leyes, de manera simultánea se hacen las trampas, para evadir el castigo de la ley, como es costumbre en este país.
En este escrito no se mencionarán las buenas costumbres, no es atractivo para la audiencia, acostumbrada a emular los pasos de verdaderos paradigmas del artificio de los malos hábitos sociales, culturales y políticos.
Sería muy pretencioso, mencionar en un breve escrito todas las malas costumbres que aplicamos en la cotidianidad de nuestras vidas, como aquellas, por solo mencionar algunas, que afectan la sana con-vivencia en comun-idad. Por ejemplo:
Subir a todo timbal el volumen del equipo de sonido en buses, automóviles, estaderos y en el propio hogar para que vecinos y extraños conozcan nuestro gusto musical. Como la de ejercer violencia contra la compañera, novia o amante para someterla a los designios del victimario.
Tener preferencia por uno de los hijos o hijas sin importar como se sientan los demás.
También existen malas costumbres políticas, como aquellas que inspiraron el movimiento social de la Constituyente del 91, que sin embargo, siguen vivitas y coleando. Cómo la corrupción y el clientelismo. Las maquinarias electorales, la compra y venta de votos. Partidos de fachada, expedición irresponsable de avales, atomización de las listas, individualización de la actividad política, los auxilios (mermelada) y las suplencias, microempresas electorales y un largo etc.
Sin embargo, podríamos decir que aquellas costumbres mencionadas, sin desconocer su alto valor corrosivo, son un aperitivo comparadas con otras malas costumbres politicas aplicadas desde el poder hegemónico que nos mal gobierna con acciones terrorificas: La vieja costumbre de asesinar a tu oponente politico, las masacres y desplazamiento forzado de comunidades para despojarla de sus tierras e implementar proyectos latifundistas, de explotación mineroenergetica y agroindustrial, construcción de complejos hoteleros, turísticos y urbanísticos.
Como es costumbre que el estado colombiano traicione los pactos de Paz, desde Guadalupe Salcedo y las guerrillas liberales hasta los acuerdos con la extinta FARC-EP. Asimismo es costumbre desaparecer o asesinar líderes y lideresas campesinas, indígenas, afrodescendientes, populares, comunales, ambientales, defensores de derechos humanos, reclamantes de tierra, sindicales, políticos opositores al régimen de derecha que nos gobierna hace más de doscientos años. En este país no hay justicia, ni humana ni divina que los esclarezca, como es costumbre, que exista total impunidad, no verdad y mucho menos reparación.
Pero lo más inquietante, la mala costumbre de acostumbrarnos a vivir con injusticias, inequidades, violencia estatal, paraestatal, corrupción, narcotráfico, feminicidios, idealizar al capo, al patrón, y cumplir al pie de la letra y repetir como loro frases de cajón: «Esto no lo cambia nadie», «Aprovecha tu cuarto de hora», «Lo malo no es la rosca, es no estar en ella» «Primero yo, segundo yo y tercero yo» «Si lo asesinaron fue porque algo hizo».
No obstante, y gracias a la costumbre del pueblo organizarse y reinventarse para la resistencia y lucha por la transformación de las malas costumbres politicas para la construcción de un nuevo país en democracia, equidad y paz para la vida digna y el buen vivir, es que no me acostumbro a recibir el legado de las malas costumbres.